José Luis Díaz Afonso/Especial BienHallados/Tenerife
Midiendo menos de 8 centímetros recorre el mundo. Es un viajero poco convencional. Más que un inmigrante, es un trotamundos. Conquista seguidores, impulsa la economía de muchos, y hasta se ha industrializado. En España se incorporó a la variedad de tapas y mantente en pie: El Tequeño, sí así con mayúscula. Un pasapalo nacido en Venezuela, que ya es “Patrimonio gastronómico de la humanidad”.

La historia se remonta a la ciudad de Los Teques, capital del estado Miranda, a unos 33 kilómetros de Caracas. La tradición oral tequeña cuenta que en casa de los esposos Báez-Hernández, Juan y Antonia, se celebró un encuentro familiar. Josefina Báez, hermana de Antonia, tuvo a su cargo la preparación del menú. Entre aperitivos y tapas, no faltaron los pastelitos de queso blanco.

De la masa de los pastelitos, sobraron largas tiras de harina de trigo y abundante queso. A la tía Josefina se le ocurrió envolver en las tiras de harina trocitos de queso, cortarlos y freírlos en el mismo sartén y aceite de los pastelitos. Los degustaron las hijas de los Báez, sus novios y otros invitados. El éxito fue total.

La voz corrió en el vecindario. Una vecina, de apellido Casado, que ofrecía servicios de catering, copió la receta e incluyó “los enrolladitos de queso” en su oferta, la cual desde Los Teques llegó a las fiestas caraqueñas, en el tren que unía ambas capitales. La demanda no se hizo esperar. Tanto en Caracas como en Maracay, ciudad también cercana a Los Teques, la gente comenzó a asociar aquellos novedosos y ricos “deditos de queso” con el gentilicio de quienes los distribuían en las ciudades cercanas a Los Teques: “Epale, llegaron los tequeños”.